domingo, 14 de noviembre de 2010

Diosa y Mujer

Cuando hace unos días una buena amiga me propuso escribir un artículo para el blog, inmediatamente se me plantearon varias posibilidades, pues no es poco lo que cada uno de nosotros tenemos por comunicar. Un tema que nos sedujo a ambas fue el de la Diosa Madre, o principio sagrado femenino como también es conocido. Tema basto e interesante, sobre el que tanto se ha escrito y dicho. El objeto de esta exposición recaerá en integrar y reconocer su esencia dentro de nuestra cotidianeidad y de nosotros mismos.

Para cualquier iniciado en recorrer este sendero que se llama neo-paganismo, este concepto es mencionado en innumerables ocasiones, y sin embargo, no siempre recibe el mismo tratamiento ni tan siquiera el mismo contenido.

Como mujer, madre, compañera, hija, hermana, iniciada y persona, mi reencuentro con el arquetipo de la Diosa ha sido tan natural como necesario, y en tantos momentos y ocasiones que puedo afirmar, sin lugar a duda, que ha estado conmigo desde mi mismo nacimiento.

Hace no mucho leí en un libro de psicología que para Freud el alma contenía impulsos precristianos y no-cristianos del paganismo politeísta, que fueron calificados por dicho autor como “polimórficamente perversos”. Es decir, según el autor, dentro de nuestra alma y desde el momento de nuestro nacimiento subyacen ideas que pueden adoptar múltiples formas y cuyo sentido o contenido se califican de perversos. Tras esta definición demoledora, queda claro por qué tantos de los que comenzamos nuestra andadura espiritual, arrastrando traumas y daños desde la infancia, nos sentimos doblemente abandonados, e incomprendidos, si no maltratados, cuando desde la ciencia médica se califica a parte de nuestra esencia como perversa. Como si una parte de nosotros estuviera defectuosa desde nuestro mismo nacimiento, y la misión de convertirse en un adulto responsable y útil para la sociedad, pasara por escindir parte de nuestra propia naturaleza. Precisamente esa parte que siente que algo no está bien cuando se nos obliga a renunciar a nuestra libertad, a nuestra identidad, a desoír nuestra voz interior, a sepultar la llamada de ese “perverso subconsciente” bajo capas y capas de educación y adoctrinamiento.

Afortunadamente, todos los errores se subsanan, y el psicólogo Carl Gustav Jung logró recuperar la integridad de nuestro subconsciente, y la dignidad de nuestra alma, proporcionándonos los conceptos de los arquetipos.

Ahora quizás, es cuando nos preguntemos: ¿qué es un arquetipo y qué tiene que ver con la Diosa?
En psicología el término arquetipo tiene una doble definición directamente vinculada:
  1.       Representación que se considera modelo de cualquier manifestación de la realidad.
  2.       Imágenes o esquemas congénitos con valor simbólico que forman parte del inconsciente colectivo.
 
Atendiendo a esta doble definición, es fácil ver cómo nuestra idea y principio religioso de la Diosa Madre, es un arquetipo. ¿Pero qué representa? ¿Qué fuerzas engloba?... A estas cuestiones iremos respondiendo poco a poco.

Cuando mediante la wicca, druidismo u otras creencias religiosas, o simplemente cuando a través de cualquier vía trabajamos en nuestro desarrollo espiritual, emprendemos dicha labor, me gusta figurarme que lo hacemos como si de la composición de un cuadro se tratase.
Fijando la superficie a trabajar sobre una estructura que nos sirva de marco, eligiendo un tema, escogiendo colores y materiales, procedemos a la elaboración de la obra.
Siguiendo este símil, la materia prima sobre la que trabajar seríamos nosotros mismos y el marco el mundo, el tema nuestra vida y crecimiento, y los colores y materiales los arquetipos. Nacemos con todo un grandioso abanico de colores dentro de nuestra psique; son las claves para explicar desde nuestro nacimiento, hasta nuestra misión en este mundo. Cuando somos niños, carecemos de la formación, de las ideas preconcebidas, de los principios y prejuicios morales de un hombre adulto. Dentro de nuestra cabeza, que no viene vacía, se encuentran los esquemas e imágenes que extraemos del subconsciente colectivo y que serán las herramientas que permitan nuestra supervivencia y desarrollo. Esos son los arquetipos, algo así como el sistema operativo en un lenguaje informático.

Sobre esos arquetipos, y mediante ellos, construimos nuestras relaciones e interacción con el medio y los sujetos, y creamos los conceptos mentales que más tarde fijarán nuestros patrones de comportamiento.

Pues bien, una de esas ideas innatas o arquetipos es el de la Gran Madre, la Mujer, con mayúsculas. Pero ojo, no se trata solamente de un concepto psicológico.

La Diosa tiene entidad y cuerpo propio, tiene fuerza y potencia, impulso, estructura y fin. El arquetipo es el recordatorio de lo que ya existe, de lo ya que es, es el símbolo al que accedemos mediante el subconsciente colectivo para poder conocer y desenvolvernos en nuestra relación con la fuerza visible e invisible que nos espera en este mundo. Nuestra Gran Madre. La que danza al ritmo de las mareas de los tiempos.

Al igual que para nacer cada uno de nosotros experimentamos la concepción, gestación y alumbramiento desde el útero de nuestra madre humana, todo lo que nos rodea, visible e invisible, forma parte de ese Ser, se contiene y se alumbra en y desde nuestra Madre Cósmica. La tierra, los pájaros, las flores, las rocas y hasta nosotros mismos somos alumbrados doblemente por la Diosa, que se manifiesta en cada uno de nosotros. La fuente de todo lo que existe, la esencia de que se compone lo real y lo intangible, la materia, la energía, el Todo con mayúsculas, en este planeta, en otros, en el infinito universo, en todos los planos de existencia conocidos y desconocidos, es la Madre.

De tal manera, que en ti que estás leyendo esto ahora, se encuentra la Diosa. En tu amigo/a, hermano/a, padre y madre, vecino y en el desconocido la hallarás a ella. Muchos rostros y una sola esencia. La Madre nutre, cría, ama, protege, ofrece, acuna, gesta, alumbra, amortaja, entierra, recicla, sana y todas las manifestaciones de la existencia, se realizan en ella, y ella misma las hace. Es la fuerza oculta y visible en todo lo que te rodea, en el hálito que te dio la vida, en la sangre de tus venas, en las células de tu corazón, y en la fuerza-voluntad de tu alma.

Honrada y respetada en la antigüedad, adorada sin interrupción bajo diversas formas, reaparece hoy para ofrecernos lo que siempre nos ha dado, referente, ayuda, alimento, soporte, sustancia, protección, abrigo, cobijo y responsabilidad.

Dentro del contenido arquetípico de la Madre, está la sombra, el ánima, la madre, la hermana, la niña, la doncella, la anciana de pelo cano, la plañidera, la curandera, la que lava la mortaja, la huesera, la esposa, la compañera y la anam cara, por citar sólo algunas. Ideas sublimes, que en su máxima representación equivalen a facetas de una realidad superior, subyacente y constante: el principio sagrado femenino. El origen, la esencia, la materia, y el destino de todo lo que hay dentro y fuera de nosotros huele a hembra, a mujer, a femenino. De ahí que se la honre, respete, ame y también se le deba respeto y responsabilidad por nuestras acciones con todos y cada uno de sus hijos.

A lo largo de nuestra vida, nuestros caminos nos acercan a ella, oímos sus palabras en el viento, comemos su carne y bebemos su leche, sabiendo que más tarde o más temprano hemos de retornar a sus brazos. Que este breve espejismo llamado vida, es una oportunidad de vivenciar a nuestra madre desde otro punto de vista. Nos da voluntad propia, para que usemos de ella para regresar a sus brazos amorosos de los que, por otro lado, nunca hemos salido. ¿No es esa la mayor muestra de amor? ¿Quién nunca nos abandona? ¿Quién nos lo da todo sin pedir nada? ¿Quién espera paciente a que sus hijos reparen en su presencia?

Pues la esencia de nuestra Madre es esa: Amor y Libertad para elegir la forma de recorrer este camino. De ellos se compone el mundo que nos rodea. Con ellos se forma ELLA.

Y así, ELLA está integrada en nuestra vida, en nuestra alma, en nuestro cuerpo, y en nuestra mente de forma consciente e inconsciente. Sosteniendo cada paso tambaleante de esto que llamamos Humanidad.


sábado, 23 de octubre de 2010

El Primer Día: quién soy yo, y qué hago aquí

Estoy segura de que más de uno y de dos, nos hemos parado en nuestro quehacer cotidiano y hemos pensado estas preguntas aparentemente fáciles de contestar, y que tanta gente jamás se formula: "quién soy yo y qué hago aquí..."

Para mí, una viajera más de la vida, no es fácil responder a la primera de ellas.
Podría decir muchas cosas de mí, y sin embargo, no estaría más que enunciando partes. Como quien para explicar quién es su perro, enumera su partes anatómicas, rasgos psicológicos y termina por darle nombre.
La suma de los componentes hace al ser, pero no lo define, y menos aún lo dota de vida. Apenas presenta de forma entendible los aspectos que describen el continente, aunque nada dice del contenido.

Así pues, puedo decir que soy mujer, alta o baja, rubia o castaña, fea o guapa, y seguirás sin conocerme. Puedo añadir que soy esposa, hija, hermana, madre y amiga, y pese a todo no podrías distinguirme de cualesquiera hembras de mi especie.
Quizás te pueda agregar que soy licenciada, estudiosa, y buscadora, y sin embargo, todo ello puede no significar nada para ti.

Así pues, ¿quién soy yo?... Te invito a que te hagas esa misma pregunta y que juntos, o por separado, emprendamos el largo camino que nos llevará a descubrir su respuesta.

En cuanto a qué hago aquí... creo que eso ya queda respondido atendiendo a lo anterior, y poco más he de añadir. Al menos de momento...