martes, 17 de abril de 2012

Notas sobre el libro "Ser Mujer. Un viaje heroico", de Maureen Murdock.


A continuación os dejo algunas de las notas que voy tomando durante la lectura del libro de Maureen Murdock, que recomiendo por si hay alguien a quien le interese la psicología femenina.

Notas sobre la introducción:
Acerca del viaje del héroe y la mujer. ¿Necesitamos emprender un viaje heróico para encontrarnos con nuestra naturaleza femenina?

Joseph Campbell: “En toda tradición mitológica, la mujer está ya ahí. Lo único que tiene que hacer es darse cuenta de que ella es el lugar al que la gente intenta llegar. Cuando la mujer se da cuenta de su maravillosa naturaleza, no pierde ya el tiempo con la idea de hacerse pseudo-hombre.”

Aunque la autora manifiesta su total desacuerdo con esta opinión de Campbell, encuentro que la situación real de la mujer se encuentra a caballo entre la postura de él y la de Maureen. Coincido en que en el caso femenino a dónde queremos llegar en nuestro viaje interior es precisamente a ahí, a nuestro interior, que permanece intocable como sancta sanctorum, intacto y virgen. El paraiso prometido al héroe masculino en este caso, es la mujer, no como trofeo sino como el aspecto de sí mismo que el hombre aspira reconocer e integrar en sí.

Por otra parte, nosotras queremos conocer nuestra auténtica esencia femenina, libre de convencionalismos, condicionantes externos y auténticos prejuicios que podamos tener las mujeres sobre lo que yace inexplorado en nuestro interior.
En muchos casos, se ha calificado por tierra yerma plagada de demonios un espacio desconocido, vasto, plagado de sombras, y que en realidad está pleno de fuerza, vida y constituye la raíz energética de la mujer. No la define, la constituye.
Con el entendimiento de lo que allí yace no debe construir una imagen sólida de su/la femineidad vs. masculidad, sino más bien descubrir su auténtica imagen personal, mirándose para ello en el espejo de su psique, reconociendo y sanando sus emociones, liberándose de aquellas con las que ya no se identifique y definiéndose en un nuevo nacimiento integrador de todas sus partes.
Hundiendo sus dedos en el barro, encontrará las semillas de su personalidad en potencia. Aquella imagen de si misma que acuñó en los primeros tiempos de su existencia, quizás incluso preconsciente. Aquella mujer en que debió convertirse, y que abandonó en la cuneta del viaje de su vida. En el proceso, como bien dice la autora, deberá sanar cada una de las heridas auto-infligidas –pues no hay otro daño que el que nos ocasionamos nosotros mismos, ni dolor más persistente, ni enemigo más insidioso y constante que el yace en nuestro interior y obra con nuestra propia lengua y mano-.
Años y años de educación planificada para enfocarnos a la forma de pensar lógico-objetiva más propia del hombre, nos han llevado a dudar y renegar de lo intuitivo por considerarlo irracional, de lo sutil por manipulador, y de lo sensible o necesitado de cuidado por débil. Nuestra rebeldía se ha calificado de locura, y nuestro afán protector de posesividad. Nuestra capacidad de amar e integrar los opuestos se vieron como permisibilidad carente de rigor y disciplina, y se nos inculcó una visión más propia de una conceptualización militar y jerarquizada de la sociedad y las relaciones entre seres humanos y el entorno.

Para que la mujer pueda hacer este trabajo casi arqueologico en la psique no habrá lugar para cercenar partes de su personalidad, ni para renegar, castigar u odiar/repudiar aspectos de su personalidad presente. Sólo habrá oportunidad de sanación y evolución/transformación para aquella que logre perdonarse tras una comprensión profunda y auténtica. Aquella que sea capaz de amar el despojo agotado, el espectro que es ahora, y darle descanso mediante el acto de poner al día sus labores pendientes y saldar sus deudas. Reconociendo e integrando al demonio dentro del ángel, fundiéndolos en un abrazo de amor sin barreras, sin condicionantes, sin luchas y sin metas. Siendo una consigo misma, y sabiéndose imperfecta y por tanto humana.

Así concluyo que es cierto lo que dice Campbell, que la mujer debe darse cuenta de que ella es el grial al que desea llegar el héroe. Pues la plenitud yace virgen en su interior. Ahora bien, también reconozco la verdad de la postura de Maureen pues no es posible llegar a esa clara consciencia sin antes liberar al ser de las cadenas del yo forjado durante años de represión y programación negativa y vejadora de una parte de su naturaleza.

Antes de poder mostrar un yo profundo y renovado, ha de despertar y ser consciente del sueño de miles de años en que el patriarcado ha sumido al potencial femenino.

 

miércoles, 29 de junio de 2011

Lactancia: el regalo de la Diosa

Hace mucho tiempo que no hago ninguna entrada en el blog. Falta de tiempo, y otras adversidades personales han obstaculizado el retomar de las riendas de este proyecto que comenzó siendo una semilla, y que hoy ya va tomando forma a medida que yo misma me revelo ante el mundo.

La entrada de hoy la quiero hacer para honrar este regalo de la naturaleza, este don que nos dió la Diosa al hacernos madres, que es la lactancia.

Hace tres años que tengo la dicha de ser madre. En este tiempo, mi hija me ha ayudado mucho a conocerme, a mirar al mundo con ojos nuevos, a advertir todas las injerencias externas que con mejor o peor voluntad interfieren con la crianza de un hijo en nuestra sociedad del siglo XXI.
Lo que más me llamó la atención durante el embarazo fue lo medicalizado, controlado y frío del seguimiento. El único calor que recibí -además del infinito amor que sentía por mi hija, y el apoyo de su padre- fue de la matrona, mi hermana y mi madre, grandes apoyos en ese calvario que puede llegar a ser un embarazo con problemas.
Tras superar los momentos de la gestación, con todo el bombardeo de información mal dirigida hacia la madre. Digo mal dirigida, por que si la intención es dotarla de herramientas para la asumir, entender y preparar la gestación y el nacimiento de un hijo, el efecto es justamente el contrario.
Se nos prepara para el parto ofreciéndonos no parir, convenciéndonos subliminalmente de la innecesariedad del mismo; oxitocinas, epidurales, forceps, cesáreas... De repente, nuestro vocabulario empieza a incrementarse con multitud de términos que sólo nos hacen sentir que parir es complicado y doloroso...
Cuando al fin se logra superar el bosque de espinas que como en el cuento de la La Bella Durmiente, rodea el castillo donde se encuentra guarecido el frágil cuerpecito del niño, cuando salas de dilatación, quirófanos, paritorios, expulsivos, pujos... forman parte de la neblina del recuerdo que el cerebro sabiamente fabrica para desplazar lo que ya no es relevante, cuando al fin llega al mundo tu hijo y lo tienes entre tus brazos, tras sentir que tu mundo se expande en todas direcciones, entonces llega el momento de alimentar a esa nueva luz en tu vida.
Y casi inevitablemente surge la pregunta que siempre un alma caritativa y bienintencionada formula a una nueva  madre: "¿le vas a dar el pecho?"
Durante mi estancia en el hospital y en los 15 días siguientes, el 90% de las madres enfrentamos con decisión la lactancia materna a demanda. En ese breve periodo ya hubo un 10% a las que se les complicó y abandonaron, fruto de cesáreas -excesos de sedaciones-, grietas en los pezones -como consecuencia de una mala instrucción en la colocación del bebé- y otras contingencias varias.
Pasados tres meses del nacimiento, casi la mitad seguíamos con la lactancia aunque ya muchas preparaban el destete forzoso como consecuencia de su inminente incorporación a sus puestos laborales. Sólo un 4% de las mujeres que asistieron conmigo al grupo de postparto,  enfrentaban la posibilidad de continuar con la lactancia compaginándola con el trabajo.
Finalmente, cuando mi hija cumplió los seis meses de vida, la enfermera de pediatría amablemente nos entregó la hoja que contenía el calendario y las medidas de incorporación de la alimentación complementaria. Ese nombre me resulta absolutamente irónico, pues si se supone que debe ser un complemento de la lactancia, lo cierto es que entre los cereales, las verduras y frutas, la carne, el pescado y demás, al cabo de tres meses más apenas queda sitio para que un niño pueda mamar -según los planings y calendarios oficiales-.
Luché, insistí en otras opciones, prolongué la lactancia durante cuatro meses más, y finalmente, familia, pediatra y convencionalismos sumados a mis inseguridades, acabaron con mi resolución de continuar con la lactancia.
Mi hija, sanísima y preciosa, es una bella niña delgada desde que nació. Su pediatra y enfermera me insistieron en la necesidad de introducirle otros alimentos y eliminar la lactancia con el argumento de que así corregiría el peso que parecía faltarle. La familia amablemente pero demoledoramente también, me recalcaba que la niña no podía lactar todavía por la noche, que eso perjudicaba su crecimiento y nuestro descanso, y que por supuesto era más importante la "alimentación complementaria" y los nutrientes que obtenía de ella, de los que pudiera obtener de mi leche.
En aquél momento, apenas sabía de otras opciones y desgraciadamente, me rendí. No culpo a nadie, salvo a mi miedo y a una sociedad que está boicoteándose a sí misma por medio de boicotear la labor de las madres.
Hoy día, aún lamento esa decisión. Sé que si tuviera otro hijo jamás haría lo que hice. Esta vez buscaría otros médicos, acudiría a Ligas de la leche y sobre todo, escucharía mi instinto y las necesidades de mi hijo.

Para que ninguna madre más se sienta una alienígena en su casa cuando de el pecho a su hijo, para que nadie pueda hacer sentir un bicho raro a una madre que de el pecho a su criatura en un espacio público, en memoria de todas las madres lactantes que dieron amor además de alimento en cada sorbo de leche y que fueron los eslabones en la cadena de la vida humana sobre la tierra, en honor de la Gran Madre que nos hizo a su imagen y semejanza, fuentes de nutrición, consuelo y amor, por todas vosotras mujeres va este video de la Universidad de La Laguna.
Gracias a todas.
http://ullmedia.udv.ull.es/video/83

domingo, 14 de noviembre de 2010

Diosa y Mujer

Cuando hace unos días una buena amiga me propuso escribir un artículo para el blog, inmediatamente se me plantearon varias posibilidades, pues no es poco lo que cada uno de nosotros tenemos por comunicar. Un tema que nos sedujo a ambas fue el de la Diosa Madre, o principio sagrado femenino como también es conocido. Tema basto e interesante, sobre el que tanto se ha escrito y dicho. El objeto de esta exposición recaerá en integrar y reconocer su esencia dentro de nuestra cotidianeidad y de nosotros mismos.

Para cualquier iniciado en recorrer este sendero que se llama neo-paganismo, este concepto es mencionado en innumerables ocasiones, y sin embargo, no siempre recibe el mismo tratamiento ni tan siquiera el mismo contenido.

Como mujer, madre, compañera, hija, hermana, iniciada y persona, mi reencuentro con el arquetipo de la Diosa ha sido tan natural como necesario, y en tantos momentos y ocasiones que puedo afirmar, sin lugar a duda, que ha estado conmigo desde mi mismo nacimiento.

Hace no mucho leí en un libro de psicología que para Freud el alma contenía impulsos precristianos y no-cristianos del paganismo politeísta, que fueron calificados por dicho autor como “polimórficamente perversos”. Es decir, según el autor, dentro de nuestra alma y desde el momento de nuestro nacimiento subyacen ideas que pueden adoptar múltiples formas y cuyo sentido o contenido se califican de perversos. Tras esta definición demoledora, queda claro por qué tantos de los que comenzamos nuestra andadura espiritual, arrastrando traumas y daños desde la infancia, nos sentimos doblemente abandonados, e incomprendidos, si no maltratados, cuando desde la ciencia médica se califica a parte de nuestra esencia como perversa. Como si una parte de nosotros estuviera defectuosa desde nuestro mismo nacimiento, y la misión de convertirse en un adulto responsable y útil para la sociedad, pasara por escindir parte de nuestra propia naturaleza. Precisamente esa parte que siente que algo no está bien cuando se nos obliga a renunciar a nuestra libertad, a nuestra identidad, a desoír nuestra voz interior, a sepultar la llamada de ese “perverso subconsciente” bajo capas y capas de educación y adoctrinamiento.

Afortunadamente, todos los errores se subsanan, y el psicólogo Carl Gustav Jung logró recuperar la integridad de nuestro subconsciente, y la dignidad de nuestra alma, proporcionándonos los conceptos de los arquetipos.

Ahora quizás, es cuando nos preguntemos: ¿qué es un arquetipo y qué tiene que ver con la Diosa?
En psicología el término arquetipo tiene una doble definición directamente vinculada:
  1.       Representación que se considera modelo de cualquier manifestación de la realidad.
  2.       Imágenes o esquemas congénitos con valor simbólico que forman parte del inconsciente colectivo.
 
Atendiendo a esta doble definición, es fácil ver cómo nuestra idea y principio religioso de la Diosa Madre, es un arquetipo. ¿Pero qué representa? ¿Qué fuerzas engloba?... A estas cuestiones iremos respondiendo poco a poco.

Cuando mediante la wicca, druidismo u otras creencias religiosas, o simplemente cuando a través de cualquier vía trabajamos en nuestro desarrollo espiritual, emprendemos dicha labor, me gusta figurarme que lo hacemos como si de la composición de un cuadro se tratase.
Fijando la superficie a trabajar sobre una estructura que nos sirva de marco, eligiendo un tema, escogiendo colores y materiales, procedemos a la elaboración de la obra.
Siguiendo este símil, la materia prima sobre la que trabajar seríamos nosotros mismos y el marco el mundo, el tema nuestra vida y crecimiento, y los colores y materiales los arquetipos. Nacemos con todo un grandioso abanico de colores dentro de nuestra psique; son las claves para explicar desde nuestro nacimiento, hasta nuestra misión en este mundo. Cuando somos niños, carecemos de la formación, de las ideas preconcebidas, de los principios y prejuicios morales de un hombre adulto. Dentro de nuestra cabeza, que no viene vacía, se encuentran los esquemas e imágenes que extraemos del subconsciente colectivo y que serán las herramientas que permitan nuestra supervivencia y desarrollo. Esos son los arquetipos, algo así como el sistema operativo en un lenguaje informático.

Sobre esos arquetipos, y mediante ellos, construimos nuestras relaciones e interacción con el medio y los sujetos, y creamos los conceptos mentales que más tarde fijarán nuestros patrones de comportamiento.

Pues bien, una de esas ideas innatas o arquetipos es el de la Gran Madre, la Mujer, con mayúsculas. Pero ojo, no se trata solamente de un concepto psicológico.

La Diosa tiene entidad y cuerpo propio, tiene fuerza y potencia, impulso, estructura y fin. El arquetipo es el recordatorio de lo que ya existe, de lo ya que es, es el símbolo al que accedemos mediante el subconsciente colectivo para poder conocer y desenvolvernos en nuestra relación con la fuerza visible e invisible que nos espera en este mundo. Nuestra Gran Madre. La que danza al ritmo de las mareas de los tiempos.

Al igual que para nacer cada uno de nosotros experimentamos la concepción, gestación y alumbramiento desde el útero de nuestra madre humana, todo lo que nos rodea, visible e invisible, forma parte de ese Ser, se contiene y se alumbra en y desde nuestra Madre Cósmica. La tierra, los pájaros, las flores, las rocas y hasta nosotros mismos somos alumbrados doblemente por la Diosa, que se manifiesta en cada uno de nosotros. La fuente de todo lo que existe, la esencia de que se compone lo real y lo intangible, la materia, la energía, el Todo con mayúsculas, en este planeta, en otros, en el infinito universo, en todos los planos de existencia conocidos y desconocidos, es la Madre.

De tal manera, que en ti que estás leyendo esto ahora, se encuentra la Diosa. En tu amigo/a, hermano/a, padre y madre, vecino y en el desconocido la hallarás a ella. Muchos rostros y una sola esencia. La Madre nutre, cría, ama, protege, ofrece, acuna, gesta, alumbra, amortaja, entierra, recicla, sana y todas las manifestaciones de la existencia, se realizan en ella, y ella misma las hace. Es la fuerza oculta y visible en todo lo que te rodea, en el hálito que te dio la vida, en la sangre de tus venas, en las células de tu corazón, y en la fuerza-voluntad de tu alma.

Honrada y respetada en la antigüedad, adorada sin interrupción bajo diversas formas, reaparece hoy para ofrecernos lo que siempre nos ha dado, referente, ayuda, alimento, soporte, sustancia, protección, abrigo, cobijo y responsabilidad.

Dentro del contenido arquetípico de la Madre, está la sombra, el ánima, la madre, la hermana, la niña, la doncella, la anciana de pelo cano, la plañidera, la curandera, la que lava la mortaja, la huesera, la esposa, la compañera y la anam cara, por citar sólo algunas. Ideas sublimes, que en su máxima representación equivalen a facetas de una realidad superior, subyacente y constante: el principio sagrado femenino. El origen, la esencia, la materia, y el destino de todo lo que hay dentro y fuera de nosotros huele a hembra, a mujer, a femenino. De ahí que se la honre, respete, ame y también se le deba respeto y responsabilidad por nuestras acciones con todos y cada uno de sus hijos.

A lo largo de nuestra vida, nuestros caminos nos acercan a ella, oímos sus palabras en el viento, comemos su carne y bebemos su leche, sabiendo que más tarde o más temprano hemos de retornar a sus brazos. Que este breve espejismo llamado vida, es una oportunidad de vivenciar a nuestra madre desde otro punto de vista. Nos da voluntad propia, para que usemos de ella para regresar a sus brazos amorosos de los que, por otro lado, nunca hemos salido. ¿No es esa la mayor muestra de amor? ¿Quién nunca nos abandona? ¿Quién nos lo da todo sin pedir nada? ¿Quién espera paciente a que sus hijos reparen en su presencia?

Pues la esencia de nuestra Madre es esa: Amor y Libertad para elegir la forma de recorrer este camino. De ellos se compone el mundo que nos rodea. Con ellos se forma ELLA.

Y así, ELLA está integrada en nuestra vida, en nuestra alma, en nuestro cuerpo, y en nuestra mente de forma consciente e inconsciente. Sosteniendo cada paso tambaleante de esto que llamamos Humanidad.


sábado, 23 de octubre de 2010

El Primer Día: quién soy yo, y qué hago aquí

Estoy segura de que más de uno y de dos, nos hemos parado en nuestro quehacer cotidiano y hemos pensado estas preguntas aparentemente fáciles de contestar, y que tanta gente jamás se formula: "quién soy yo y qué hago aquí..."

Para mí, una viajera más de la vida, no es fácil responder a la primera de ellas.
Podría decir muchas cosas de mí, y sin embargo, no estaría más que enunciando partes. Como quien para explicar quién es su perro, enumera su partes anatómicas, rasgos psicológicos y termina por darle nombre.
La suma de los componentes hace al ser, pero no lo define, y menos aún lo dota de vida. Apenas presenta de forma entendible los aspectos que describen el continente, aunque nada dice del contenido.

Así pues, puedo decir que soy mujer, alta o baja, rubia o castaña, fea o guapa, y seguirás sin conocerme. Puedo añadir que soy esposa, hija, hermana, madre y amiga, y pese a todo no podrías distinguirme de cualesquiera hembras de mi especie.
Quizás te pueda agregar que soy licenciada, estudiosa, y buscadora, y sin embargo, todo ello puede no significar nada para ti.

Así pues, ¿quién soy yo?... Te invito a que te hagas esa misma pregunta y que juntos, o por separado, emprendamos el largo camino que nos llevará a descubrir su respuesta.

En cuanto a qué hago aquí... creo que eso ya queda respondido atendiendo a lo anterior, y poco más he de añadir. Al menos de momento...